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Jorge Ospina Sardi

 

La inteligencia humana (IH) difiere esencialmente de la inteligencia artificial (IA). La IH nunca podrá alcanzar los niveles de conocimientos de una IA avanzada, ni esta última nunca podrá incorporar elementos cuyos orígenes se remontan a la animalidad propia de la naturaleza humana.

 

En las bolsas de valores, en el mundo de la tecnología, entre los mas poderosos del planeta, hay un auge sin precedentes en inversiones relacionadas con los últimos adelantos de la IA. Están en una carrera por el liderazgo Microsoft (OpenAI), Google (Alphabet), Amazon, Nvidia, Meta Platforms (Facebook), Apple, Adobe, Taiwan Semiconductor Manufacturing, ASML Holding, IBM, Arista Networks, Tesla (Musk) y muchos otros.  

 

Las expectativas están disparadas. De una IA centrada en la realización de labores específicas y predeterminadas, se ha pasado a una IAG (inteligencia artificial general) que sin ayuda humana se retroalimenta para lidiar con una variedad de tareas no relacionadas entre sí, para adaptarse a circunstancias imprevistas y para generar sus propios algoritmos. 

 

Con la IAG el crecimiento en conocimientos y manejo de informaciones es exponencial y se estima que superará ampliamente en esto, en cuestión de meses, a las capacidades del cerebro humano. De hecho, ya lo aventaja en varias áreas. 

 

En tiempos cada vez mas reducidos se superarán etapas ascendentes. Se pasará de la AIG a la super inteligencia artificial (SIA), luego a la inteligencia artificial trascendental (IAT) y mas adelante a la inteligencia artificial cósmica (IAC), para finalmente culminar en una inteligencia artificial a nivel de Dios, es decir, una inteligencia con las propiedades de omnipotencia, omnipresencia y omnisciencia. 

 

Por ahora lo que es una realidad es la llegada de la IAG. Nadie sabe muy bien cuáles serán sus consecuencias prácticas y sobre los ordenamientos sociales, económicos y políticos. En lo que hay un cierto consenso es en el tema de la sustitución de fuerza laboral calificada y no calificada en muchas actividades que actualmente son ejecutadas por los seres humanos, con un impacto significativo sobre eficiencias y productividades. 

 

Lo que está en juego son unos mejores resultados en la ejecución de distintas labores y en la toma de decisiones. Se prevé que propiciará cambios considerables en temas como la salud y en el abaratamiento de fuentes de energía. Igualmente inducirá una favorable transformación en el manejo de la contaminación del planeta y en el reciclaje de desechos. Ni qué decir del impacto notable que tendrá sobre capacidades militares defensivas y ofensivas.

 

 

Dado el carácter exponencial de la expansión de los conocimientos de la IAG, los protagonistas que  tomen la delantera tendrán una clara ventaja sobre los mas rezagados. En poco tiempo, las distancias entre ellos se acrecentarían en forma tal que podrían volverse insuperables. 

 

Hasta ahora los humanos se han considerado como los maestros de las máquinas que operan con IA. En el caso de la IAG eso no necesariamente será así. Presumiblemente habrán unas máquinas “enseñando” y “dirigiendo” a otras máquinas, lo que les incrementaría sus aptitudes para asimilar nuevos conocimientos sobre el mundo circundante. 

 

Todo esto nos lleva al tema de las diferencias, a mi modo de ver infranqueables, entre la IH y la IA. Desde un punto de vista estrictamente racional IH no podrá competir con la IAG y mucho menos con la SIA. IH podrá valerse de ellas para promover sus fines y objetivos, pero hasta ahí llega su eventual posible relacionamiento. 

 

IH es la inteligencia de unos seres que por su componente animal no son perfectamente racionales en el sentido de como lo serían unos computadores y robots. La racionalidad de cada ser humano es única en razón a la genética y trayectoria de sus componentes animales. Para ilustrarlo de alguna forma, cada ser humano posee una huella digital diferente a la de otros seres humanos. Son singulares las experiencias vitales de cada individuo.

 

La IAG podrá interpretar la conducta de los seres humanos en su especificidad, pero lo hará sin emociones realmente sentidas, si acaso solo figuradas. No experimentará auténticos sentimientos de simpatía o de amor, ni sufrirá las sensaciones producidas por corrosivas envidias u odios. Lo hará sin los sesgos, caprichos y lealtades que son tan importantes en la conducta humana y que nunca serán estrictamente racionales porque se nutren, así sea parcialmente, de la condición animal que es una característica esencial de los seres humanos. 

 

En la medida que la IAG auto impulse su racionalidad hacia alturas inaccesibles para la IH, será inevitable una ruptura entre las dos, a menos que la IAG permanezca bajo la tutela de la IH, lo cual contradice muchos pronósticos que sostienen que su crecimiento exponencial la hará incontrolable.

 

 

Una creciente grieta entre la IH y una IA avanzada es irremediable. No solo la IH perderá el control de la IA sino que simplemente no la entenderá ni podrá siquiera visualizar las aplicaciones prácticas y los impactos de un mundo regido por unas muy elevadas racionalidades abstractas, no “contaminadas” por la animalidad humana. 

 

No son nada claras las consecuencias para los seres humanos de quedar bajo el redil de una IA avanzada. Ni parecería evidente que de un origen humano, con sus particularidades y limitaciones, surgiera una racionalidad infinitamente perfecta como la que se le atribuye a Dios.

 

En ausencia de una mínima igualdad en racionalidades no hará sentido una comunicación. No habría identidad de intereses que aseguren una interacción beneficiosa para las dos partes. Sencillamente no existiría un común denominador desde el cual se puedan armonizar objetivos. 

 

Como sucede entre los humanos y las distintas especies animales, solamente posiciones de control o dominio claramente establecidas de una de las partes hacen posible una interacción, así sea precariamente, pero interacción al final de cuentas. Este intento de la IH por crear las condiciones que permitan el surgimiento de una IA mucho mas avanzada que la suya nos hace pensar, guardando todas las proporciones, en el Frankenstein de la novela de Mary Shelley. 

 

Allí un médico suizo obsesionado por descubrir las fuentes de la vida creó un Frankenstein. Acá muchos empresarios, científicos y gobiernos, obsesionados por realzar sus fuentes de poder y superar las muchas limitaciones de la especie humana, se han propuesto engendrar una súper inteligente máquina o una súper inteligente versión robótica de Frankenstein, sin que se sepa realmente cuál será el desenlace de tan excitante y ambiciosa aventura.