Jorge Ospina Sardi
Todos los políticos en Colombia se muestran partidarios de "consensos", "concertaciones" y "diálogos" para resolver sus desacuerdos y diferencias. Con frecuencia son excusas para evadir responsabilidades y no tomar decisiones difíciles.
En la actual campaña electoral de Colombia hay un candidato que dice las cosas como son y que expone sus propuestas en forma clara y sin rodeos. Se trata de Abelardo De La Espriella. Y por ese estilo "frentero", para llamarlo de alguna manera, ha sido catalogado como "extremista".
En Colombia, al igual que en otros países, se le rinde culto a un lenguaje taimado, solapado y ladino por parte de los políticos. El político que toma posiciones debe siempre matizarlas con el cuento que ellas serán negociadas y dialogadas con quien está en desacuerdo.
Tal vez la gente cree que si el político no lo dice así es porque quiere imponer a la fuerza o por las malas sus puntos de vista. Pero este no es necesariamente el caso. Desde el punto de vista de claridad y transparencia es preferible que el político exprese de buenas a primeras sus ideas y sus preferencias en relación con lo que piensa hacer o no hacer.
Pero si afirma que todo en lo que cree debe ser objeto de transacciones con los opositores, creará confusión y nadie podrá decir en realidad qué será lo que al final de cuentas hará. Como en una película de Cantinflas en la que un político dice "pienso esto, pero eso no quiere decir que no piense todo lo contrario".
Ese político engaña a sus seguidores porque les dice que es partidario de tal o cual camino o solución, pero también que hay que negociarla con quienes están en desacuerdo. Entonces ni él ni nadie podrá pronosticar el resultado final de sus acciones que podría incluso ser algo completamente diferente y contrario a lo inicialmente propuesto.
Una de las consecuencias de las acciones de aquellos políticos que todo lo negocian es en el mejor de los casos la lentitud en la implementación de las políticas, y en el peor de los casos su no implementación. Se cae en un gradualismo o "tortugismo" que termina por desfigurar el logro de los objetivos iniciales.
Son utópicas esas negociaciones interminables de la política que buscan una supuesta "unidad" de objetivos y de medios para alcanzarlos. Esa "unidad" no existe ni va a existir nunca. Es el eco de una simple y arcaica vida tribal ancestral que nada tiene que ver con el intrincado y complejo mundo actual.
De hecho, la experiencia de Colombia muestra que entre mas se ha dialogado, entre mas se ha transado, entre mas se ha concertado, mas mediocres han sido los resultados. Y los malos resultados ya sabemos que conducen a crecientes divisiones, desavenencias y polarizaciones.
Ese afán de negociarlo todo en la política se traduce generalmente en un gradualismo esterilizante y en una gran excusa para la inacción. Conduce a la postergación y abandono de políticas que lidian con los problemas mas urgentes y graves que enfrenta Colombia.
Hay un mal entendido entre muchos electores en relación con este cuento de los diálogos y las concertaciones. Colombia tiene un sistema democratico y republicano de gobierno. Hay separación de poderes públicos. Quien llega a Presidente tiene el deber constitucional de presentar sus mas importantes proyectos al Congreso y someterlos a la aprobación final del poder judicial.
Ahí ya existe un proceso de negociación, de concertación, que tiene lugar al interior de cauces institucionales ya conocidos y establecidos. Pero no es solo en esas instancias que se dialoga y concerta con la población y sus representantes. También lo es en los diferentes procesos electorales.
Si un aspirante a la Presidencia tiene unas propuestas claras y definidas en temas como el combate a la inseguridad ciudadana, un mas eficiente manejo de los recursos públicos, la reorganización institucional y financiera de sectores vitales como el de la salud y la educación, el desmonte de regulaciones costosas e inoficiosas sobre la actividad económica privada, la debida explotación de los recursos naturales que posee el país, ese aspirante no necesita caer en la redundancia de decir que las "negociará" y "concertará" en aras de logra una pretendida e imposible "unidad" de criterios y aspiraciones.
Simplemente las tiene que implementar dentro del marco constitucional vigente en Colombia. Lo importante es que los electores sepan cuáles son esas políticas y que sepan también que quienes los representan en el gobierno harán todo lo posible por hacerlas realidad con la aprobación y sanción de las instancias institucionales pertinentes.
Eso necesariamente implica enfrentarse y no ceder a las pretensiones de quienes no son partidarios de esas políticas. Esto es normal y totalmente válido en el funcionamiento de un sistema democrático y republicano de gobierno como el colombiano.
Así las cosas, el político "tibio" como lo llaman en Colombia, que dice que todo lo que propone es transable con opositores y con el resto de la humanidad, está básicamente adoptando una postura de indefinición que constituye una burla para sus seguidores. Con este político nadie sabe finalmente a qué atenerse y a dónde se llega. Con este político no se sabe cuál va ser el resultado de las responsabilidades otorgadas con el voto.
Por ejemplo, considérese un tema como el de la reducción del tamaño de la administración pública y la eliminación de regulaciones que entraban la actividad económica privada. Si ello es parte de un programa de gobierno ganador en las urnas, ¿con quién hay que negociar si se cumple o no se cumple con lo prometido, o cómo se cumple? ¿Con los opositores de la propuesta?
Pues hay que intentar hacerlo por los canales regulares que son el Congreso y las Cortes. Ahí la oposición podrá manifestarse e incluso bloquear algunas iniciativas. Pero pare de contar: no existe la mas mínima obligación de modificar la esencia de las propuestas para darle gusto a quienes no las comparten.
Por su naturaleza, los logros en política tienden a ser parciales y su duración precaria. Si a eso le agregamos gobernantes indecisos sin ideas claras sobre lo que se necesita hacer, contemporizadores con la diversidad de opiniones así sean incompatibles las unas con las otras, entonces no sorprenden las parálisis y los estancamientos que son tan frecuentes en las administraciones públicas.
Ante semejante situación, no hay mas remedio en un buen liderazgo político que jugársela a cumplir lo que se promete en las elecciones, por encima de oposiciones y obstáculos, sin perder tiempo en convencer a quienes nunca se van a dejar convencer y sin compromisos que desvían el rumbo y deforman el contenido de lo prometido. Y por supuesto sin vulnerar la institucionalidad existente y con el debido respeto a la separación de poderes.
