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Jorge Ospina Sardi

 

Las interrelaciones entre los creadores de riqueza y sus expoliadores son determinantes en la evolución política y económica de las comunidades.

 

Para que haya expoliación se necesita que haya creación de riqueza. Para que haya creación de riqueza se necesita que los expoliadores la respeten. De la convivencia de ambas fuerzas depende el progreso material (y espiritual) de las comunidades.

 

En mi libro Ensayos Libertarios describo las formas como se manifiestan estas dos fundamentales fuerzas y hago especial énfasis en las instituciones y reglas de juego que limitan las expoliaciones de riqueza; que evitan que predominen con consecuencias sociales funestas y retardatarias. Detallo los tipos de organización política y económica que mejor se acomodan a ese objetivo. 

 

En este posterior ensayo profundizo sobre algunos aspectos centrales que contribuyen a armonizar los intereses de las grandes clases económicas que hacen parte de toda comunidad. 

 

 

Intereses de los unos y de los otros

 

Los procesos de creación de riqueza son positivos y voluntarios. Exigen talentos, desvelos y esfuerzos especiales. Son pocos los llamados a dirigirlos y organizarlos. Son muchos los llamados a colaborar con ellos. Cuando tienen lugar en entornos libres y competidos se optimizan los resultados, pero ninguno de sus protagonistas tiene asegurado el éxito. 

 

En contraste, los procesos de expoliación de riqueza son negativos y no voluntarios. Muchos los pueden realizar: van desde un simple hurto, hasta pasar por los mas sofisticados robos o estafas y por esquemas institucionales elaborados como lo son los impuestos que imponen los gobiernos. Cualquier extracción de recursos sin un voluntario, libre de coerciones, consentimiento del dueño, constituye un acto de expoliación. 

 

Por su carácter negativo y no voluntario los procesos de expoliación requieren de elaboradas justificaciones repletas de sofismas. Abundan los pensadores de distintas vertientes y disciplinas intelectuales que exaltan y glorifican sus beneficios ‘sociales’, incluyendo los abusos de poder que se dan con el uso de los medios coercitivos utilizados en sus implementaciones.

 

En cambio, por su carácter positivo y voluntario, los procesos de creación de riqueza no requieren de esas justificaciones. Su aceptación está ligada a consideraciones de otro tipo. Entre ellas sobresalen las relacionadas con el manejo de las envidias y los resentimientos que se generan con ocasión de éxitos, reconocimientos y desigualdades en los resultados. 

 

Los creadores de riqueza, que son básicamente los empresarios y capitalistas grandes y pequeños, estarán por siempre abocados a una condición de minoría, aunque sus colaboradores pueden llegar a ser mayoría. Son los que generan ‘excedentes’ con los cuales se conserva, se renueva y se expande la riqueza en una comunidad. Cuentan con la contribución de clases colaboradoras conformadas principalmente por empleados.

 

Todos consumen la riqueza creada por ellos. Los colaboradores tienden a ser remunerados para costearse su mayor o menor consumo presente. Sin embargo, tienden a endeudarse para incrementar ese consumo presente con cargo a ingresos por colaboraciones a futuro. O ahorran, se abstienen de consumir, para cubrir gastos en épocas en las que ya no están en condiciones de trabajar. 

 

Quienes no aportan el equivalente a lo que consumen, sean o no colaboradores, son expoliadores. En esta categoría se encuentran quienes acuden a instancias políticas para hacer realidad estas expoliaciones.

 

Es mas, todos cuando nacemos somos, en cierto sentido, expoliadores en el seno de nuestras familias hasta alcanzar lo que llamamos mayoría de edad. De hecho, la especie humana se caracteriza por la larga duración de esta etapa inicial, lo que marca su destino para bien o para mal en etapas posteriores. Sin embargo, la expoliación se diluye o desaparece frente al carácter voluntario de la solidaridad que tiende a darse en las relaciones familiares.

 

Incluso los pensionados podrían considerarse como expoliadores si no contribuyeron en su etapa productiva lo suficiente para posteriormente sufragar su pensión. Si bien se puede argumentar que grupos vulnerables de la población merecen ser subsidiados, ese merecimiento no les quita su condición de expoliadores. 

 

Para resumir, pertenecen a las clases expoliadoras quienes reciben aportes no voluntarios de terceros no relacionados con sus contribuciones productivas. No importa quien sea el expoliado, ni tampoco importa la condición o status del expoliador. Así como el interés de los creadores de riqueza es maximizar utilidades o excedentes, el interés de los expoliadores es maximizar la suma expoliada con cargo a lo que otros producen o poseen. 

 

 

Balances y asimetrías

 

No hay fórmulas para determinar cuál debería ser el grado óptimo de expoliación en una comunidad. Se sabe que mas allá de ciertos niveles las comunidades dejan de ser operativas o funcionales. Ante la falta de estímulos, desaparece la creación de nueva riqueza y la existente se consume. La materia prima de la expoliación se contrae a tal grado que la miseria se generaliza. 

 

Imponer unos límites a la expoliación sacados de cubiletes mentales es tarea inútil. Siempre habrá justificaciones para incrementarla y los métodos coercitivos disponibles para hacerla efectiva son prácticamente infinitos. Las mas terribles violaciones de los derechos humanos, las mas horripilantes manifestaciones de violencia, se han dado en instancias en las cuales se desbordan los procesos de expoliación.

 

La única salida a este acertijo es mirar el tema desde la perspectiva de la creación de riqueza. Si no existiera una asimetría en las dificultades de ambos procesos, si crear riqueza fuera tan simple como expoliarla, no sería tan difícil lograr un relativo balance entre ambas fuerzas. 

 

Pero ese no es el caso. Dado que la creación de riqueza es lo único que asegura la elevación de calidades de vida y que solventa problemas graves de pobreza, y que sin ella se truncan los avances en lo material (y en lo espiritual), no hay otra salida que protegerla y favorecerla.

 

La institución que ha probado ser eficaz en esta tarea es la propiedad privada tanto de los medios de producción como de los excedentes generados. Sin el respeto a esa propiedad se desalientan y se confunden los esfuerzos requeridos para asegurar la continuidad de los procesos de creación de riqueza. 

 

Sin propiedad privada no funcionan adecuadamente los mercados. Los precios dejan de cumplir su esencial rol de optimizadores en la orientación de los esfuerzos productivos. 

 

Al final de cuentas la institución de la propiedad privada, y las libertades individuales que le son inherentes, son un insustituible dique de contención con el que cuentan los creadores de riqueza para protegerse de los apetitos de las clases expoliadoras. Unos apetitos por lo general volátiles y caprichosos, muy expuestos a la influencia de sentimientos destructivos de la peor índole.

 

De manera que antes de pensar en niveles de expoliación, lo importante es establecer las condiciones bajo las cuales ha de operar la institución de la propiedad privada. La historia de los últimos 200 años de la humanidad muestra que entre mas firmes y definidas las garantías y libertades que la potencian, mayor el progreso y la prosperidad que trae consigo. 

 

 

Dilemas en el uso de excedentes 

 

En la época actual los expoliadores no se concentran tanto como anteriormente en eliminar la propiedad privada de los medios de producción sino en apropiarse de porciones significativas de los excedentes generados. 

 

Pero los procesos de creación de riqueza son integrales. Para su adecuada operación se requiere no solo de la propiedad privada de los medios de producción sino también de los excedentes generados. Estos excedentes son requeridos tanto para conservar y mantener las capacidades productivas existentes, como para renovarlas y acrecentarlas. 

 

No se puede desconocer que estos excedentes tienen un uso alternativo, y es el de redistribuirlos para aumentar consumos presentes y atender necesidades inmediatas insatisfechas. Sin embargo, con esa manipulación se perturban o afectan los procesos de creación de riqueza tanto presentes como futuros. 

 

Aunque algunos argumentan que el aumento en el consumo presente tendría el saludable impacto de convertir de la noche a la mañana a expoliadores y colaboradores (o empleados) beneficiados en emprendedores (y capitalistas), no hay antecedentes históricos que muestren que este tipo de transformaciones se den en escala significativa.

 

Se diría que en las comunidades económicamente mas atrasadas la presión es muy grande para que los expoliadores se hagan a una porción importante de los excedentes y resuelvan así situaciones angustiosas de pobreza. En estas comunidades son mas ofensivas las desigualdades en ingresos y niveles de riqueza. 

 

Pero nada de ello impide reconocer una dura realidad: que la única forma como las comunidades pueden superar su pobreza es con la utilización de una parte importante de los excedentes en fines productivos. En inversiones cuyos frutos se materializan a futuro.

 

De manera que el conflicto entre el consumo presente y el consumo futuro es uno que es central en la evolución de toda comunidad. La buena noticia es que en un entorno de libertad de mercados, en donde prevalece la propiedad privada de medios y excedentes, esta determinación no depende del capricho de demagogos y oportunistas. La tasa de interés y otros precios de mercado son los que finalmente establecen el balance entre la atención a las necesidades presentes y la reinversión requerida para progresar.

 

De hecho, en las comunidades mas pobres las tasas de interés que miden las preferencias inter temporales tienden a ser elevadas, lo que estimula el ahorro y favorece inversiones con rendimientos a corto plazo, castigando las que son a largo plazo. En condiciones de libertad de mercados los sistemas económicos se dirigen a la atención de las demandas mas urgentes de la población, lo que no necesariamente sucede cuando las directrices provienen, por ejemplo, de quienes ostentan el poder político. 

 

Adicionalmente, y no menos importante, entre mayor la escasez de recursos, entre mas bajos los niveles de riqueza, mas perniciosos los derroches y las ineficiencias. Es en las comunidades mas pobres donde los gobiernos son los peores administradores de recursos. Y es en ellas donde es mas extendida la costumbre de culpar a minorías o a terceros por escaseces que se originan exclusivamente en incapacidades propias. 

 

Si se le da rienda suelta a estos últimos sentimientos “empieza una peligrosa espiral en la que la política termina basándose en el supuesto de que la mayoría solo estaría mejor si la minoría está peor; de que el ingreso o la riqueza de la comunidad es una cantidad fija, de tal suerte que la ‘justicia social’ solo puede darse a través del sacrificio de esa minoría” (en Helmut Schoeck, Envy: a Theory of Social Behaviour, Secker & Warburg, 1969, capítulo “Does social justice mean less all around?”). 

 

En realidad es con unas fluidas relaciones entre los creadores de riqueza y las clases colaboradoras y expoliadoras que se dan condiciones propicias para el progreso. Sin un entorno favorable para la creación de riqueza es imposible lograr un mínimo de armonía en esas relaciones. Sin ese entorno, las clases colaboradoras terminan por engrosar las filas de las clases expoliadoras y se abre camino la alternativa de ‘hacer sancocho’ con la gallina de los huevos de oro.

 

Con un entorno favorable se estimulan los emprendimientos y con la mayor riqueza creada se expanden las posibilidades de mas y mejores empleos para las clases colaboradoras, y de crecientes subsidios y ayudas para los mas necesitados. No hay otra fórmula efectiva para limitar la membresía de las clases expoliadoras y para infundirle un mínimo de realismo a sus pretensiones.