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Jorge Ospina Sardi

 

Mario Jaramillo le ha hecho un gran servicio a Colombia. Ha escrito las biografías de dos hermanos, José María y Miguel Samper, dos destacadas figuras de su historia política y económica en el turbulento Siglo XIX.

 

Al hacerlo, se ha adentrado en la sucesión de hechos que marcaron los inicios de nuestra República utilizando como telón de fondo las ideas políticas y económicas prevalecientes que provenían principalmente de pensadores de Francia, Inglaterra y España.

 

Miguel Samper Agudelo fue un personaje con una trayectoria existencial apasionante, como lo fuera la de su hermano menor José María, la de Mariano Ospina Rodriguez, la de Rafael Nuñez y la de tantos otros que fueron protagonistas en el nacimiento y conformación de Colombia como una república. 

 

Aparte de Estados Unidos, no había en el Siglo XIX antecedentes mundiales que sirvieran de guía sobre cómo es que se realiza el tránsito de un régimen de subyugación colonial a uno de libertades políticas y autodeterminación. Eran inevitables los ensayos y errores, las vueltas y revueltas, las idas y venidas. En el caso de Colombia las aguas no se han asentado del todo aun después de 200 años de la Independencia.

 

La historia de ese primer siglo de Colombia como república independiente ha sido determinante en lo que siguió. En esto de los recorridos históricos no aplica aquello de la generación espontánea, o de sucesos desvinculados del pasado. Y en esto radica uno de los principales méritos del libro de Jaramillo sobre Miguel Samper: la minuciosa hojeada que nos proporciona sobre esos eventos que incidieron significativamente en la evolución de la república.

 

 

Miguel Samper fue empresario, político y escritor. Un pensador en el sentido amplio de la palabra. Un “gran republicano” como lo define Jaramillo. Lector incansable de pensadores emblemáticos del liberalismo clásico como Juan de Mariana, Adam Smith, los fisiócratas, Jean-Baptiste Say, Richard Cobden, y Paul Leroy-Beaulieu, entre otros. 

 

El liberalismo clásico fue su fuente de inspiración en sus análisis y escritos y en su trayectoria existencial. En el área política son dignas de mención su anti proteccionismo, su oposición a un banco central estatal, su rechazo al monopolio del tabaco, su defensa de los equilibrios presupuestales en las finanzas públicas, su oposición a emisiones monetarias sin control, sus permanentes llamados a la tolerancia, y su proselitismo a favor de la abolición de la esclavitud.

 

Jaramillo explica con lujo de detalles las coyunturas por las que atravesó Samper y las posiciones que adoptó frente a ellas, incluidas las razones y fundamentos conceptuales detrás de esas posiciones. Por lo que el libro Miguel Samper: Un hombre a Contracorriente es un valioso aporte no solo a la historia de Colombia sino a la historia de las ideas del Siglo XIX. La ventaja es que Jaramillo asocia rigurosamente eventos y sucesos con los debates que suscitaron, y con las interpretaciones que Samper hizo de ellos y que mantienen una sorprendente vigencia.

 

Es interesante observar que uno de los temas que abordó Samper era el de las diferencias entre los principios liberales y los principios socialistas. Su posición inicial al respecto era que los principios de las dos escuelas eran compatibles. “Las dos escuelas no se diferencian, a mi modo de ver, sino en que las reformas socialistas se han adelantado hasta la exageración, y en el exceso estriba su vicio. Abogando por la causa del débil contra las clases privilegiadas, han llegado hasta convertirse en proteccionista, pidiendo la opresión de los ricos en favor de los pobres, cuando la cuestión debe cesar con el privilegio, con el restablecimiento de la justicia y la libertad.”

 

Se anticipaba así Samper a debates posteriores y que han tenido profundas implicaciones en la identidad del liberalismo moderno. Al final de cuentas, las posiciones de lo que hoy llamamos liberalismo clásico terminaron siendo incompatibles con las pretensiones estatistas y los controles que sobre la economía han buscado establecer los socialistas. Décadas después los economistas de la escuela Austríaca iban a hacer claridad sobre la imposibilidad de armonizar los objetivos centrales de las dos escuelas. Y fue así como liberales clásicos como Samper perdieron esta batalla, puesto que en tiempos mas recientes el liberalismo terminó por identificarse y adoptar los programas socialistas. 

 

 

De la lectura de la biografía de Mario Jaramillo surgen algunos grandes interrogantes sobre la trayectoria de Colombia durante el Siglo XIX. Fue evidente desde el inicio de la Independencia a comienzos del siglo que el país no encontró rumbos claros y consensos suficientes sobre cómo proceder con su organización política e institucional. De la Gran Colombia se pasó a la Nueva Granada, y de ahí a la Confederación Granadina y los Estados Unidos de Colombia, hasta que finalmente con la Constitución de 1886 se llegó a su nombre actual, el de la República de Colombia. 

 

Se trataba de un país muy despoblado en relación con su gran tamaño. Al comienzos de la Independencia su población ascendía a cerca de 1.4 millones de habitantes, a mediados del siglo se situaba por los lados 2.3 millones de habitantes y hacia finales del siglo a un poco mas de cuatro millones de habitantes. Una escasa población dispersa en casi 1.14  millones de kilómetros cuadrados, con unos muy precarios sistemas de conexión entre sus principales centros de población. 

 

La población de Bogotá su capital fluctuó entre 30.000 habitantes al inicio de la vida de Samper y apenas 100.000 habitantes al final del siglo cuando murió.

 

¿Cómo se puede explicar que con tan escasa población y con tan extenso territorio por colonizar, no llegara la república durante su primer siglo de existencia a mínimos acuerdos sobre una institucionalidad política operativa?

 

A todo lo largo del Siglo XIX Colombia no tuvo un gobierno nacional central efectivo con capacidad para cobrar impuestos y hacer respetar su exigua autoridad. Sin embargo, los debates y pronunciamientos políticos partían de la base que Colombia era un país bastante mas avanzado en instituciones y desarrollo económico de lo que realmente era.

 

Así sucedió a mi modo de ver, por ejemplo, con ese gran debate que se dio entre centralismo y federalismo y que sirvió de disculpa a disputas violentas entre conservadores y liberales radicales. El recaudo de los reducidos ingresos del gobierno nacional central, básicamente los provenientes de las aduanas, dependía de los estados que conformaban la unión. En un sistema federal como el que proponían e impusieron los liberales radicales, el gobierno nacional central quedaba completamente supeditado a la buena voluntad de unos mandatarios estatales con frecuencia hostiles.

 

En la realidad, se quisiera o no, Colombia era un país federal por la sencilla razón de la precariedad de los recursos a disposición del gobierno nacional central y por la falta de comunicaciones entre las distintas regiones. O sea que este debate sobre el federalismo que produjo tan agudos desacuerdos y enfrentamientos políticos no era prioritario, porque simplemente no existía un gobierno nacional central capaz de cumplir con lo que eran sus responsabilidades mas elementales, como las relacionadas con el mantenimiento del orden público y la seguridad ciudadana, la administración de la justicia y el manejo de las relaciones internacionales.

 

Igual se puede decir del tema de la protección arancelaria. De hecho, había una alta protección natural por tratarse de un extenso e incomunicado territorio. Por otro lado, los aranceles eran la fuente mas importante de ingresos del gobierno nacional central. Sin embargo, Miguel Samper y otros que por razones teóricas o por conveniencia aborrecían eso que llamaban proteccionismo, no explicaban cómo sin recaudo aduanero podían funcionar los gobiernos de esas épocas. 

 

Al igual que con el tema del federalismo y este otro del proteccionismo –y con otros que también despertaron en el Siglo XIX grandes pasiones como la cuestión religiosa– se presentaba una especie de divorcio entre las teorías y su aplicación a una realidad que distaba mucho de ser la de los países europeos donde ellas se habían originado. 

 

En un país tan pobre y con tantas limitaciones, donde la gran mayoría de la población era analfabeta, donde los mercados eran muy pequeños y limitados por la insuficiencia de transporte, donde el problema no era un exceso de autoridad sino su carencia, donde no operaba un sistema de justicia, donde todo estaba para construirse y hacerse, quienes estaban llamados a liderar se enfrascaban en debates sobre teorías políticas y económicas que culminaban en disputas violentas, con unas funestas consecuencias en términos de atraso económico y miseria.

 

 

A mi modo de ver, el problema central de Colombia en el Siglo XIX fue la anarquía originada en la falta de acuerdos políticos sobre el ordenamiento político y jurídico que debía implementarse. 

 

Miguel Samper lo reconoció en varios de sus escritos: “La guerra ha sido en nuestras repúblicas, durante sesenta años de vida independiente, el recurso al que han apelado los partidos para obtener el triunfo de sus ideales… Gobiernos fundados, no en el sufragio libre de los ciudadanos, sino en la fuerza brutal de las bayonetas, son el resultado de la guerra.” 

 

La anarquía resultante fue la que impidió que se organizaran y prosperaran como hubiera podido ser esfuerzos y emprendimientos productivos. Los energías necesarias para construir el país fueron consumidas por querellas políticas insustanciales entre facciones cuyo interés central era simplemente adueñarse de un gobierno nacional central de muy limitado alcance. 

 

En numerosos escritos Samper identificó la inseguridad que traía consigo la anarquía que reinaba en el país como la principal causante de la falta de progreso. “Es preciso que el orden, la armonía y la paz reinen en la colmena y que sigamos también el ejemplo de la industriosa hormiga, abriendo primero los caminos que nos faciliten llegar hasta el árbol que debe alimentarnos.” 

 

Se requería pues de un espíritu constructivo que estimulara a la escasa población de la república hacía la epopeya de “crear riqueza” en todas sus posibles manifestaciones. De un espíritu constructivo que hubiese relegado a un segundo plano la especie hostil que somos. Pero quizás eso era demasiado pedir en un entorno donde faltaban antecedentes que cimentaran y consolidaran un orden jurídico y donde, desde el inicio de la Independencia, el uso de la fuerza bruta se había convertido en el mas eficaz medio para acceder al poder.

 

 

A quienes lean esta penetrante biografía les quedará claro no solamente el interesante contenido de los debates ideológicos que se dieron durante el Siglo XIX, sino también los procesos mediante los cuales los colombianos, sin presiones demográficas mayores y en vastos espacios despoblados, con recursos naturales a su disposición, se las arreglaron para estigmatizarse los unos a los otros y hacer de su aldea un infierno grande.

 

Un libro como el de Jaramillo es vital para alcanzar un mejor entendimiento de los orígenes republicanos de Colombia y para evitar caer en  aquello que tantas veces se ha dicho: que los países que no conocen su historia, están condenados a repetirla.