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Jorge Ospina Sardi

 

La cultura “woke” se incubó en Estados Unidos y se ha propagado por el resto del planeta. Su imaginario cautiva a quienes en política simpatizan con la izquierda y refleja los ideales de vida que ellos quisieran imponer al resto de la humanidad.

 

La cultura “woke” nació en la comunidad afro americana de Estados Unidos y se refería a la idea de un “despertar” o a la adquisición entre ellos de una conciencia sobre injusticias y racismo. Con la apoyo del cine, los medios de comunicación, las redes sociales y la academia se ha extendido para abarcar otros temas asociados con las agendas de distintos movimientos de izquierda.

 

Actualmente, además de equidades raciales cubre otros temas que tienen que ver con el feminismo, el movimiento LGTB, el uso de pronombres de género neutro, el multiculturalismo, el uso de vacunas, el activismo ecológico, y el derecho a abortar. (Véase “Qué es ‘woke’ y por qué este término generó una batalla cultural y política en EE.UU”, BBC News Mundo, 5 de noviembre 2022). 

 

Algunos consideran que este popurrí de temas tiene que ver con lo que se denomina “justicia social”, que en la práctica es un término que expresa lo que cada quien considera que entes abstractos como “sociedades” o “gobiernos” les adeudan por encima de contraprestaciones, merecimientos o responsabilidades.

 

Podría afirmarse que en todas estas áreas de lo que se trata es de la reivindicación de unos derechos que no han sido suficientemente reconocidos y atendidos, y que son de carácter universal porque trascienden las fronteras de los países y las diferencias culturales de las distintas poblaciones. 

 

 

Aspectos económico laborales 

 

Las élites dueñas de los empresas productoras de cine, de los medios de comunicación, de las redes sociales y de las grandes corporaciones multinacionales, han alcanzado un consenso en el sentido de que, por encima de cualquier otra consideración, hay que elevar a un plano de igualdad los derechos de las diferentes poblaciones. 

 

En este proceso hay que rechazar cualquier forma de discriminación basada en orígenes étnicos, económicos, sociales, culturales y de género. Digamos que hasta aquí no habría objeciones de peso para la adopción de estas políticas anti discriminatorias. La mayoría de los movimientos políticos no extremistas de las democracias Occidentales estarían de acuerdo.

 

Sin embargo, como dice un refrán de origen anglosajón “el diablo habita en los detalles”. Se trata de una ambiciosa agenda política en la que se tocan aspectos y cuestiones de diversa índole que se traslapan las unas con las otras y donde “los árboles no dejan ver el bosque”. 

 

A título de ilustración, en lo económico laboral los movimientos políticos conservadores interpretan la no discriminación como la aplicación del principio ‘a similar aporte o contribución similar retribución o remuneración, sin importar el origen de quien lo realiza’. Esta es una regla que se ajusta a una racionalidad que busca obtener los mejores rendimientos en los procesos productivos. 

 

Un complemento a este enfoque es la premisa según la cual ‘a mejores rendimientos en los procesos productivos mayores excedentes para financiar subsidios y ayudas’ dirigidas a elevar las condiciones de vida de poblaciones que por alguna u otra razón no están en capacidad de aportar o contribuir significativamente a la creación de riqueza. 

 

Los movimientos políticos de izquierda van mas allá. Consideran que es preciso realizar un esfuerzo adicional en el sentido de conceder reparaciones o reivindicaciones a poblaciones que en el pasado fueron discriminadas o que actualmente son objeto de tratos injustos. Y entonces acuden al otorgamiento de beneficios y prebendas divorciadas de los aportes o contribuciones. 

 

Curiosamente poco o nada les importa de dónde provendrán los recursos, cuáles son los impactos macroeconómicos de estas políticas y cuál la incidencia de estos impactos sobre las condiciones de vida de la población en general, dentro de la cual, paradójicamente, se encuentra a quienes se pretende favorecer.

 

Para el “wokismo” lo mas relevante en las decisiones sobre remuneraciones y promociones en el trabajo son consideraciones de carácter político-cultural y no la obtención de buenos rendimientos económicos.

 

Con estas políticas se generan discriminaciones a la inversa: individuos no pertenecientes a los grupos y sub grupos escogidos como receptores de los favorecimientos especiales terminan compitiendo en condiciones claramente desventajosas y en ocasiones de una manera muy odiosa. Son catalogados como responsables de las malas situaciones que han atravesado o que atraviesan los consentidos de la cultura “woke”.

 

Porque no hay lugar a engaños. Una de las características de la cultura “woke” es la creencia según la cual los malos resultados de sus consentidos se deben principalmente a factores exógenos, y no a la desidia o falta de compromiso con esfuerzos requeridos para lograr superaciones personales.

 

 

Desprecio por las fronteras culturales

 

Esas fronteras son el pan de cada día en la vida real. Las visiones políticas conservadoras mas representativas aceptan la coexistencia de múltiples culturas, pero con unas fronteras que son de naturaleza similar a las de los países. 

 

Esas fronteras culturales se pueden traspasar de manera amigable y respetuosa, así como hacen los viajeros responsables cuando ingresan y desarrollan actividades en países que no son los suyos. 

 

La coexistencia pacífica entre culturas implica respetar unas fronteras, que constituyen un ancestral mecanismo de defensa de las identidades de las diferentes poblaciones. El “wokismo” solo respeta las apariencias nada mas. No duda en manipular identidades y en invalidar diferencias cuando no hay posibilidades de integraciones y asimilaciones.

 

En el fondo, la cultura “woke” cree que lo que hay que buscar es una igualdad entre las distintas culturas borrando las fronteras que las separa. Lo mismo hace con las diferencias de género y con las económicas, como si ellas fueran una aberración. 

 

Concibe la vida en sociedad como un terreno completamente maleable y adaptable a visiones políticas igualitarias. Pero en la vida real existen fronteras culturales explícitas e implícitas a todos los niveles de la interacción entre las distintas poblaciones. Esas fronteras, cuando fluidas, le dan colorido, sentido de aventura y vitalidad a los relacionamientos humanos. 

 

La competencia entre culturas con sus respectivas fronteras son el punto de partida para determinar cuáles son las mas dinámicas y emprendedoras y cuáles deben reinventarse para sobrevivir. Es a través de los resultados de esa competencia, y no de imposiciones en el plano teórico y abstracto, que se pueden originar y consolidar cambios de fondo.

 

Lo importante no es borrar del imaginario colectivo las diferencias como si ellas no debieran existir, sino permitir que el intercambio y la convivencia entre culturas saque a la luz fortalezas y debilidades y que los procesos de aprendizaje, asimilación y adaptación, que por lo general son dispendiosos y toman tiempo, se den de la manera mas espontánea y constructiva posible. 

 

 

El imaginario irreal de la cultura “woke”

 

La cultura “woke” agrupa a individuos en grandes categorías igualándolos bajo un rasero que desconoce la diversidad de personalidades y trayectorias existenciales. Establece arquetipos para cada categoría que no corresponden a nadie en particular y a partir de ahí pontifica sobre el tratamiento que se le debe conceder a todos los individuos que la componen.

 

Esos arquetipos son por lo general excluyentes, antipáticos e ilusorios porque son creaciones para fines de explotación de intereses políticos y comerciales. No son mas que personajes de ficción como los de las historias “woke” que se ven actualmente en las series de Netflix y en otros canales de cine y televisión.

 

En esos mundos imaginarios de la cultura “woke” conviven en perfecta armonía y felicidad matrimonios interraciales de todo tipo y los matrimonios del mismo sexo de hombres y mujeres. Allí se realza la supuesta armonía entre razas, géneros y culturas, la que se encuentra amenazada y comprometida por las actuaciones de unos “malos del paseo”. Allí las mujeres superan a los hombres en temas en los que los hombres generalmente superan a las mujeres, por ejemplo en actividades en las cuales la fuerza física es determinante. 

 

¿Y quiénes son en el imaginario “woke” los malos del paseo? Hombres blancos heterosexuales con los valores tradicionales de las culturas Occidentales. De alguna manera esos valores no encajan en el paraíso “woke”: según su narrativa ocasionan conductas intolerantes y comportamientos abusivos. Pero las realidades en las que viven la gran mayoría de la población del planeta son otras. 

 

Actualmente las comunidades con los sistemas de justicia mas perfeccionados y operativos, con los ordenamientos políticos mas tolerantes e inclusivos, se localizan en países donde predominan las razas blancas que han adoptado los valores propios de la Civilización Occidental. No es el “grupo” de los blancos heterosexuales de esos países el de mayores índices de criminalidad e impunidad, sino todo lo contrario. Es esta, entre otras, una de las razones que explica la mayor prosperidad relativa de estos países y el por qué han sido el destino mas anhelados de las grandes corrientes migratorias del planeta.

 

Ahora bien, en los círculos de la izquierda siempre ha habido una tendencia muy acentuada a clasificar a los seres humanos en grupos y sub grupos, víctimas los unos y opresores los otros. Se trata de visiones antropomórficas que le dan vida a unos conceptos colectivos que no son mas que construcciones metafóricas para describir las acciones similares o concertadas de unos individuos. 

 

“Grupos”, “naciones” y “gobiernos” no actúan con voluntad propia. Son los individuos que dicen actuar bajo la sombrilla de estos conceptos colectivos los protagonistas. Son los individuos y no los conceptos los responsables de los resultados. 

 

Max Weber lo describe con claridad: “Estas colectividades deben ser tratadas como los resultados de los modos de organización de unas acciones particulares de individuos. Para propósitos sociológicos no existen personalidades colectivas que como tales actúan. Cuando hacemos referencia a colectividades lo que significamos es un tipo de acciones actuales o posibles de unos individuos.” (En The Theory of Social Organization, Free Press 1957). 

 

Así pues, el de la cultura “woke” es un imaginario con “colectividades” que son presentadas como si tuvieran una vida autónoma de la cual carecen, compuestas por unos arquetipos que no son mas que versiones deshumanizadas de seres humanos que actúan como robots sin diferencias de criterios y enfoques. 

 

Con todos los temas de este imaginario, incluidos los ecológicos, sus voceros han aprovechado el control que ejercen sobre la farándula, los medios de comunicación, las redes sociales y la academia para imponer lo que llaman la “cultura de la cancelación”. Boicotean la presencia de puntos de vista contrarios y opuestos. 

 

Sin duda, es una expresión a la enésima potencia del dogmatismo con el cual los portavoces de la cultura “woke” aspiran a anular el debate en relación con los aspectos mas controvertidos de sus teorías. Como si con ese artilugio pudieran transformar lo virtual en realidad y las conjeturas en certezas. Así de intelectualmente voraces y codiciosos son.