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Jorge Ospina Sardi
 
Fue uno de los colombianos más importantes y controvertidos de la segunda mitad del Siglo XX e inicios del actual, tanto en lo económico como en lo político.

 

Heredó una fortuna y la acrecentó. Fue el más rico de Colombia durante un tiempo. Entre los ricos de Colombia, fue el más global. Quizás el único de los empresarios colombianos que se movía como pez en el agua en el alto mundo internacional de los negocios.

Su vocación y encanto personal lo llevó desde muy temprana edad a ser el más cosmopolita de los grandes empresarios colombianos de su generación. Al igual que otros hijos destacados de Barranquilla, tuvo el mérito de trascender los límites geográficos y las montañas de Colombia.

Todo empresario que progresa y crece contribuye positivamente con su país. Pero todo balance positivo está cargado de costos y pasivos. Lo primero que se viene a la mente en el caso de Santo Domingo fue el contraste entre su vocación cosmopolita y la forma provincial como administró sus intereses en Colombia desde su residencia en Nueva York.

Su omnipresente injerencia en la política de Colombia, su irrestricto apoyo a líderes políticos altamente cuestionados como Ernesto Samper y a otros claramente vinculados con el narcotráfico, su patética manipulación de esta clase política a favor de sus intereses, lleva a calificarlo como protagonista de primer nivel de ese capitalismo proteccionista y de connivencia, basado en el tráfico de influencias, que tanto daño ha hecho en América Latina. Un contubernio entre gobierno y gran empresa para restringir competencia, obtener licencias exclusivas de negocios y favorecimientos de toda clase.  

Este estilo de participación en política no era excepcional en el mundo empresarial colombiano de su época. Se podría decir en su contra que desafortunadamente no quiso ni tuvo las agallas de asumir el costo de ir en contra de la corriente que imponían las circunstancias políticas del momento. Desde afuera, desde Nueva York, Colombia lucía como una irreformable “banana republic”. Y Santo Domingo poco o nada hizo para modificar esta lamentable situación.

Pero volvamos al tema de su trayectoria empresarial propiamente dicha. Es indudable que uno de sus grandes aciertos fue consolidarse como el dueño del monopolio de la cerveza en Colombia. Su padre Mario Santo Domingo le dejó Cervecería Águila que dominaba el mercado de la Costa Caribe, con base en la cual dio su primer gran salto como empresario: tomar el control a finales de los años sesenta de Bavaria, la gran cervecera del país, aprovechando una mala situación por la que atravesaba esta empresa.

Con la caja que le generó el monopolio de la cerveza, y con el máximo de préstamos que pudo obtener del sistema financiero colombiano, compró innumerables empresas. Se trató de un díscolo proceso de diversificación de intereses. Desde medios de comunicación, telefonía móvil y transporte aéreo, pasando por el sector financiero y la industria hotelera, hasta toda clase de actividades industriales (petroquímica, empaques, alimentos para animales, ensambladora de automotores y varias otras).

Especial mención merece la compra de la mayoría accionaria de Avianca a finales de los años setenta, una empresa que había impulsado en sus etapas iniciales su padre. Con Avianca empezó un via crucis no solamente para el bolsillo de Julio Mario sino también para millones de colombianos que sufrieron las consecuencias de un pésimo servicio al tiempo que sufragaban los sobrecostos de unas infladísimas tarifas. Ni corto ni perezoso, utilizó sin contemplaciones toda su influencia para proteger el monopolio del tráfico aéreo que disfrutó esta aerolínea durante muchos años.

En general, la mayoría de las empresas que adquirió Santo Domingo durante los años setenta, ochenta y noventa no se distinguieron por una buena administración. Casi todas, sin excepciones, sobre endeudadas, incluida Bavaria que tuvo que financiar con sus excedentes, y como garante de préstamos, los huecos de sus subordinadas como en el caso de Avianca, así como las adquisiciones “caprichosas” de un creciente número de compañías.

Era evidente que su modelo de administración a distancia se prestaba a toda clase de extravíos por parte de los “mayordomos” encargados del día a día de los diferentes negocios en Colombia.  

Con todo, finalmente Santo Domingo se convirtió a mediados de los años noventa en el empresario más poderoso del país. El más poderoso individualmente considerado en activos, pero también en pasivos. Una mezcla de arrojo, egolatría, complacencia y malos consejos de sus “mayordomos”, lo llevaron a un sobredimensionamiento, a lo cual se añadía una deteriorada imagen pública originada en sus abiertos apoyos a políticos involucrados con el narcotráfico.

¿Un imperio económico construido sobre bases poco sólidas? Si y no. Para su fortuna, con el cambio de siglo llegó la inevitable renovación generacional. Sus “mayordomos” fueron despedidos o pasaron a un segundo plano. Su hijos Julio Mario Jr y Alejandro, conjuntamente con su sobrino Carlos Alejandro Pérez, de vocación banqueros de inversión los dos últimos y muy conectados en su oficio con los mejores de Nueva York, asumieron un rol significativo en el rediseño de la estrategia empresarial del grupo.

Para la nueva generación y sus asesores de Wall Street el grupo, tal como estaba conformado, no era viable. Demasiadas empresas sin sinergias las unas con las otras, y como si lo anterior fuera poco, una cada vez más angustiante deuda que amenazaba con llevarse todo, incluido el negocio cervecero. La nueva estrategia fue fulminante. Vender lo más rápidamente posible la gran mayoría de las empresas. Era una carrera contra el tiempo para cubrir inmensos pasivos que no daban tregua.

Y así se hizo en corto tiempo. En más o menos cinco años se vendió todo, menos Caracol Televisión, el negocio de la cerveza y algunas empresas de importancia marginal. Pero aún así, la organización “seguía pasando aceite”, como se dice en el argot automovilístico. Si bien logró salir de venas rotas como Avianca, y de otras muchas empresas destructoras de valor y sobre endeudadas, quedaba pendiente el tema de Bavaria.

No se sabe quién, si el propio Santo Domingo, o la nueva generación de la familia, o los consejeros de Nueva York, pero lo cierto es que el grupo resolvió jugársela toda con la perla de la corona. A pesar de la muy frágil situación financiera, se acudió nuevamente a endeudamiento tanto en el exterior como en Colombia para hacerse a la cervecerías más importantes de Perú, Panamá y Bolivia (Bavaria ya tenía una presencia dominante en Ecuador).

Conformó así el grupo un bloque cervecero de cierta importancia global. De los pocos bloques geográficos que en su momento no pertenecían a los grandes protagonistas de la industria cervecera mundial. En medio de una situación de liquidez preocupante, pero siempre guardando las apariencias, Santo Domingo decidió en 2005 vender a Bavaria y sus filiales en la región.

Esta jugada resultó ser la más afortunada de su trayectoria empresarial. El momento fue oportuno y el precio que obtuvo de la gigante SabMiller fue favorable. Esta movida le proporcionó la caja para salir de sus apuros financieros más apremiantes y le dejó una valiosa participación accionaria en SabMiller (superior al 15%).

Después de la venta de Bavaria, Julio Mario puso su empeño en mejorar su imagen pública en Colombia, con donaciones a la Universidad de los Andes y a Bogotá del Teatro Mayor que lleva su nombre, así como con las varias actividades de la Fundación Santo Domingo. Pero al mismo tiempo, la presencia empresarial del grupo languidecía hasta llegar a ser apenas la sombra de la que fue a finales de los años noventa. Poco quedó luego que los banqueros de inversión hicieran a cabalidad su tarea rescatadora de desinversión.  

Al día de su fallecimiento a los 87 años (7 de octubre de 2011), las únicas empresas que hacían parte del grupo en Colombia eran Caracol Televisión, El Espectador, Inversiones Cromos, Almagran-Almacenar, la recién adquirida Cine Colombia y una participación de 50% en Biofilm. Poco antes se había vendido la aerolínea Aires y Reforestadora de la Costa. Nada de raro que el grupo termine por deshacerse de las empresas que todavía posee en Colombia y que sólo quede el rastro de unos fondos de inversión administrados desde Nueva York.

Tal a grandes trazos la trayectoria empresarial de Julio Mario Santo Domingo. Un personaje inolvidable para quienes lo conocieron o fueron testigos de sus ejecutorias. Un hombre de negocios, al final de cuentas, exitoso. Un empresario sagaz y habilidoso. Un colombiano glamoroso que hizo parte del jet set internacional. Y como es de justicia inmediatamente después de un fallecimiento, mejor concluir con lo bueno sin recalar en lo menos bueno.