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Jorge Ospina Sardi

 

No es con los postulados de una ideología anclada en el pasado que se progresa. Es con emprendimientos e inversiones –y con aciertos en las políticas públicas– que el país puede avanzar en niveles de vida.

 

Las ideologías segmentan y encajonan pensamientos e ideas acerca de unas realidades que por su complejidad escapan a esta clase de manipulaciones. Son un recurso utilizado por quienes le buscan explicaciones fáciles a temas difíciles. Lo grave es cuando esas ideologías se utilizan para diseñar e implementar políticas públicas que producen malos resultados.

 

Los gobernantes que dilapidan con estrategias y políticas públicas equivocadas las oportunidades de progreso de un país no son para nada “amigos del pueblo”, así se auto proclamen como tales y así se lo crean los “come cuentos”. 

 

 

Colombia es un país de ingreso medio medio en la escala mundial. Redondeando, un país de 50 millones de habitantes de los cuales 15 millones no cubren necesidades básicas y otros 15 millones a duras penas lo hacen. 

 

El actual gobierno de Colombia ha frenado inversiones y ha dejado de crear riqueza y empleo con el argumento que su prioridad es “salvar el planeta” en el próximo siglo. 

 

Colombia no es California ni un país rico europeo como para darse el lujo de no explotar sus recursos naturales energéticos tal como lo ha decidido este gobierno. 

 

Si activistas ecólogos hubieran permitido hacer “fracking” hace cuatro años, los ingresos por exportaciones de hidrocarburos tendrían actualmente a Colombia en una posición privilegiada en términos fiscales, de ingresos externos y niveles de endeudamiento. Se hubiera superado la crisis de la pandemia sin los inmensos desequilibrios macroeconómicos que hoy en día la perturban. 

 

Es mucho mas importante conseguir recursos para sacar de la pobreza a millones de colombianos que contribuir con unos aportes inciertos e indefinidos a una “supuesta” mejoría de lo que será la situación del medio ambiente del planeta en el Siglo XXIII. Una situación que en realidad nadie sabe cómo será debido a la acelerada evolución actual de la ciencia y las tecnologías. 

 

Qué fácil arreglar problemas del próximo siglo y qué difícil solucionar los mas urgentes del presente. Divagar sobre un lejano porvenir no cuesta nada. No mejorar las situaciones actuales de los colombianos mas necesitados dejando de extraer una riqueza que se posee, es un pecado de lesa humanidad. 

 

 

Tenemos un sector salud que tuvo un desempeño admirable durante la pandemia, que exporta sus servicios, genera considerable empleo formal y es receptor de importantes inversiones nacionales y extranjeras. Un sector que se ha convertido en modelo entre los países de la región.

 

El gobierno actual de manera inexplicable ha propuesto “desvencijarlo” y sustituirlo por un esquema similar al que regía hace mas de 30 años, el del Instituto Colombiano de los Seguros Sociales, en el que la gente se moría en los pasillos de los hospitales y en el que nadie respondía por dineros, equipos, insumos y drogas. 

 

Se le entregaría la administración de los recursos de la salud a los carteles de la política y de la burocracia oficial. Deslumbra la “originalidad” de esta reforma. Es como si la inteligencia del gobierno se hubiera petrificado con propuestas ya superadas en Colombia y en otras latitudes del planeta.

 

En casos como este tan vitales se requiere de razonamientos que manejen imparcialmente las cifras, que apliquen cuidadosamente criterios técnicos, y que analicen con objetividad experiencias fallidas y exitosas. No de una inteligencia ensimismada consigo misma y sin paciencia con el intercambio crítico de ideas. 

 

 

Colombia ha pasado de políticas amigables con el sector privado en las que se buscaba un clima de inversión internacionalmente competitivo a las deshilvanadas del gobierno actual que no inspiran mayor confianza. 

 

Incertidumbre es lo que existe actualmente. La pregunta es, ¿para dónde va Colombia con este gobierno? En realidad no se conocen propuestas que ofrezcan claridad sobre un rumbo de progreso y crecimiento económico. Las hay eso si unas que son como amenazas. Por ejemplo, una reforma pensional que busca apoderarse del ahorro que los colombianos depositan en los fondos de pensiones o una reforma laboral que concede privilegios laborales que harán inviables a muchas empresas, pero especialmente a las pequeñas y medianas. 

 

¿“Paz total” excarcelando e indultando criminales y sin una política transparente en relación con el narcotráfico? ¿“Colombia potencia de la vida” devastando al sector salud y creando zozobra inversionista en los sectores de servicios públicos? 

 

Supuestamente hay unas actividades que cuentan con la simpatía del gobierno como en el caso del turismo. Pero hasta ahora cero a la izquierda en relación con los planes para que este sector compense al menos parcialmente lo que se dejará de percibir con la parálisis que se le decretó a los sectores del petróleo y del carbón. 

 

No es de esta manera como se logrará que Colombia avance hacia una nueva etapa en su desarrollo. Lo sería con objetivos realistas y con actitudes y mentalidades conducentes al aprovechamiento de todas las oportunidades de creación de riqueza, sin exclusiones sectoriales y restricciones burocráticas. Pero por ahí no va el agua del molino con un gobierno que está empeñado en trastocar lo que mas o menos funciona bien.

 

Entonces, antes que realizaciones abundarán los esfuerzos fallidos y por supuesto la verbosidad. Esta última como dice la canción: “palabras, palabras, palabras, tan solo palabras… ¿Qué pasa pues?… Siempre me atormentarás con promesas… Caramelo ya no quiero mas…De rosas y violines no quiero que hables mas…”