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Jorge Ospina Sardi

 

Los avances en la Inteligencia Artificial General (IAG) son tan acelerados que hacia 2025 sus sistemas y modelos alcanzarán niveles de comprensión y entendimiento similares a los del cerebro humano. 

 

En 1999 en su libro The Age of Spiritual Machines, Ray Kurzweil postuló su famosa ley según la cual el cambio tecnológico es exponencial, a diferencia de lo que plantea el punto de vista intuitivo linear. “De manera que no vamos a experimentar en el Siglo XXI un progreso de 100 años sino uno de 20.000 años… En unas décadas la inteligencia de las máquinas superará a la inteligencia humana.”

 

Pues bien, eso es lo que está sucediendo con IAG (en inglés Artificial General Intelligence o AGI). Lo que usualmente se llama Inteligencia Artificial (IA) no es lo mismo que IAG. Puesto de otra manera IAG es una área de IA que busca desarrollar modelos que poseen la amplitud, versatilidad y funcionalidad propia del cerebro humano. Es un tipo de inteligencia artificial fuerte, mas ambiciosa en sus alcances que la inteligencia artificial débil, una que opera con parámetros preestablecidos para cumplir finalidades específicas. 

 

¿Cómo entender a IAG sin ser un experto en el tema? Tal vez lo primero es pensar en un software o máquina que puede realizar todo lo del cerebro humano en términos de solución de problemas y adaptaciones a nuevas e imprevistas situaciones. IAG representa el punto mas alto de IA. Tiene la capacidad de lidiar con una variedad de tareas en diferentes áreas no relacionadas entre sí.

 

Los sistemas y modelos de IAG están en capacidad de desarrollar tareas nuevas y desconocidas y de encontrar las mas apropiadas soluciones. Nada que ver con la AI débil que está diseñada para abordar tareas y problemas específicos. AIG poseerá pensamiento abstracto y sentido común, podrá realizar transferencias de conocimientos entre diferentes contextos, y tendrá la habilidad de formular y encontrar novedosas relaciones causa efecto no anticipadas en formatos previos.

 

 

En teoría IAG podrá realizar tareas de las que hasta ahora han estado reservadas para los seres humanos e incluso unas mas complejas o sofisticadas. Como mínimo, IAG combinaría las capacidades y virtudes propias del cerebro humano con las ventajas de un manejo mas eficiente de la información disponible. Sus sistemas y modelos recopilarían y procesarían una mayor cantidad de información y a una velocidad muy superior. 

 

Pero, ¿por qué de repente se presentó un gran avance en los sistemas o modelos IAG? En realidad, se trató de un cambio de paradigma en el estrategia de desarrollo de la inteligencia artificial (IA). Básicamente hacia finales de la década pasada algunos programadores llegaron a la conclusión que si los sistemas y modelos eran abiertos y no cerrados, ellos “deseaban aprender”. 

 

Mas o menos a partir de 2019, a diferencia de los restringidos sistemas y modelos de la IA débil, los abiertos y autónomos de IAG empezaron a agregar y combinar información de manera cada vez mas sofisticada. Empezaron a evolucionar aceleradamente hacía una especie de “racionalidad” que semeja a la de los seres humanos. 

 

Actualmente son varios los involucrados en investigaciones relacionadas con IAG. Por ejemplo, OpenAI liderado por Microsoft, DeepMind perteneciente a Google, y Anthropic. Pero también lo están Meta (Facebook), X y Tesla (Elon Musk), IBM y otras muchas, incluidas varias de capital de riesgo (para no mencionar las empresas que le proporcionan chips y otros componentes a la muy robusta infraestructura física de cómputo detrás de la IA). 

 

 

Todo este desarrollo plantea una serie de inquietudes. El proceso de aprendizaje de estos sistemas y modelos de IAG es en teoría de alcance ilimitado. Podrían presentarse restricciones por ejemplo relacionadas con el acceso a la enorme infraestructura física de computación requerida. Pero obviando dificultades de esta naturaleza que son superables, una de las preguntas que surge es ¿qué pasa si la IAG supera a la inteligencia de los seres humanos?

 

¿Cómo controlarla? ¿Cómo evitar que caiga en manos equivocadas? ¿Cómo ‘alinearla’ hacia fines útiles y constructivos? Actualmente no hay respuestas definitivas. Algunos dicen que que se debería detener su acelerado desarrollo hasta tanto no se entiendan mejor tanto la naturaleza del tema como sus eventuales impactos.  

 

IAG resolvería complejos temas relacionados con la salud, el transporte, las comunicaciones, el desarrollo de fuentes energéticas mas amigables con el medio ambiente y muchos otros. Su aplicación como software y en robots se traduciría en una mayor eficiencia en la ejecución de distintas labores productivas y domésticas.  

 

La lista de los eventuales beneficios de una IAG bien utilizada es interminable. Pero así también es concebible su empleo en áreas relacionadas con la producción y uso de armamentos y con la implementación de sistemas de control por parte de los gobiernos sobre las poblaciones, para citar apenas dos ejemplos de eventuales utilizaciones problemáticas. 

 

Un impacto que no se puede desconocer sería el desplazamiento o sustitución de los empleos. Para expresarlo burdamente, la IAG estaría en capacidad de reemplazar a una enorme cantidad de cerebros humanos en todo tipo de actividades simples y complejas, trayendo consigo sustanciales aumentos de eficiencia y abaratamientos en los costos y precios finales de innumerables bienes y servicios. 

 

¿Qué pasaría entonces con la mano de obra desplazada? La mayor eficiencia productiva resultante permitiría alcanzar una “era de abundancia” y eliminar pobrezas. Pero, serían numerosas las personas que quedarían al margen de la fuerza laboral. Se trataría de un desafío existencial para la humanidad sobre lo cual en este momento no hay claridad conceptual alguna. 

 

 

Con el desarrollo de la IAG es inevitable cuestionarse lo que constituye “inteligencia”. Una definición que se encuentra en Google es “facultad de la mente que permite aprender, entender, razonar, tomar decisiones, y formarse una idea determinada de la realidad.” En eso la IAG y cerebros humanos no se diferenciarán mayormente en los próximos dos o tres años.

 

Pero lo que desde ya se anticipa es que eventualmente hacia 2027 la IAG superará a la inteligencia de los cerebros humanos. Y la razón es simple. La inteligencia de los humanos, su racionalidad, está “contaminada” por su animalidad. Esa animalidad altera el funcionamiento del cerebro a causa de enfermedades y deterioros por edad y adicionalmente, incide en sentimientos, emociones y pasiones. A nada de esto está expuesta la racionalidad de la IAG. 

 

La IAG no carga con la administración de aspectos fisiológicos y sicológicos que se originan en la existencia de unos cuerpos físicos endebles y de corta duración. Existe un umbral en el que las comparaciones entre la AIG y el cerebro humano dejan de ser relevantes debido precisamente a la presencia de esa animalidad. 

 

La IAG no experimentará en cuerpo propio las experiencias de la vida y la muerte. Puede simularlas, imaginarlas por así decirlo, pero no sentirlas. Así las cosas, entre mas avanzada la AIG mayores serán las divergencias en conceptualizaciones. En últimas, en decisiones relacionadas con valores y objetivos. 

 

 

Es virtualmente imposible armonizar sin fricciones las relaciones entre “inteligencias” racionalmente mas avanzadas e “inteligencias” racionalmente mas atrasadas. Se genera un desencuentro en el que adquiere relevancia la ley de la asimétrica interacción de las inteligencias: en los aspectos centrales de su existencia las inteligencias mas racionales siempre tenderán a reducir su dependencia de inteligencias que no están a su altura.

 

Difícil pronosticar el desenlace que tendría este desencuentro. Pero si se llega a esta situación la opción para las inteligencias menos racionales sería o bien destruir los fundamentos operativos de las inteligencias superiores, o bien inmovilizarlas y bloquearlas en su accionar. Sin embargo, ¿cómo actuarían las “inteligencias” mas racionales ante amenazas de semejante naturaleza? Lo mas probable es que las anticiparían e idearían sorprendentes y efectivos cursos de acción para neutralizarlas. 

 

Como sea, lo cierto es que por la rapidez del arribo y crecimiento exponencial de la AIG, estemos ante un tema que dentro de poco dejaría de ser el de una película de ciencia ficción para transformarse en una historia de la vida real.