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Jorge Ospina Sardi

 

El tema de fondo de la política económica es el de cómo evitar que la clase política perjudique con sus apetitos incontrolables de poder a las poblaciones de los países.

 

La clase política no crea riqueza, pero si puede destruirla y despilfarrarla. Su mira siempre está puesta en su beneficio y en el de las personas cercanas. Son miopes a la hora de promover políticas que favorecen a las mayorías. 

 

 

El egoísmo y la codicia de los políticos no tiene límites porque el impacto de sus actuaciones no recae ni sobre sus bolsillos ni sobre sí mismos. No recae sobre sí mismos porque se desligan con gran facilidad y desparpajo de las consecuencias de sus actuaciones. 

 

En primer lugar, siempre dicen que la motivación de su conducta no es el beneficio propio sino el de los mas desventurados. Que el objetivo de sus actuaciones es la remoción de las desigualdades y la eliminación de las pobrezas. Y cuando esos objetivos no se cumplen –y nunca se cumplen– siempre encuentran chivos expiatorios, personas o circunstancias a quienes achacarles la falta de resultados. 

 

En segundo lugar, en el entorno en el que se mueven los políticos las responsabilidades se diluyen en medio de unas frondosas e ineficientes burocracias y de unas instituciones donde la transparencia brilla por su ausencia. Para el común de la gente, “gobiernos”, “estados” y “congresos” están situados en la estratosfera y todo lo que sucede a su interior escapa a una realista comprensión. 

 

Todo esto le permite a los políticos siempre “salirse con la suya”. Lo increíble es que la gente se “trague enteritas” sus demagogias baratas. Les tolera unos oscuros y torcidos manejos de recursos dizque porque ellos son supuestamente los guardianes del interés público. 

 

 

Son catastróficos los impactos de las irresponsabilidades de los políticos en la administración de los recursos “públicos”, de los recursos expoliados a la población a través de impuestos y de los financiados con deudas e emisiones. Generan entornos totalmente hostiles a la creación de riqueza y al progreso de los países.

 

Los políticos, a través de los gobiernos que controlan, siempre están en el plan de gastar mas de lo que reciben por concepto de impuestos y otros ingresos. Son incapaces de priorizar el gasto público. En el sector público, todo es importante y todo es urgente. Además, entre mayor el gasto mayores sus beneficios en términos personales y electorales.

 

Con dinero propio las prioridades son inevitables y los límites son unos muy concretos. Pero con dinero ajeno las prioridades tienden a ser infinitas. Y si a esto se agrega la posibilidad de una financiación prácticamente ilimitada con deuda y emisión monetaria, entonces “la tierra prometida” está a la vuelta de la esquina. 

 

Este es el mundo en el que se mueven los políticos. La rapiña por unos recursos que no son los suyos. El control sobre recursos que tampoco son los suyos. La creación de una riqueza ilusoria por medio de deudas y emisiones monetarias.

 

El problema es que ‘la tierra prometida” de los políticos conduce a estancamientos y miseria. Las inflaciones, los déficit en las finanzas públicas y en las cuentas externas, los muy elevados impuestos y unas innecesarias regulaciones, todo ello se traduce en crisis económicas cuyo costo es sufragado, no por la clase política ni mas faltaba, sino por el común de la gente. 

 

 

Un esquema libertario de institucionalidad buscaría ponerle un “estate quieto” al egoísmo y codicia de los políticos. El énfasis sería en establecer unos límites eficaces a su poder. Una manera de hacerlo sería con estas dos reglas de carácter general:

 

1) El gobierno no podrá gastar mas de lo que recibe por concepto de impuestos y otros ingresos reales (multas, concesiones o venta de activos). Solo podrá acudir a financiaciones con deuda o emisión monetaria en casos de guerra externa o de desastres o calamidades naturales y exclusivamente con la finalidad de financiar los gastos adicionales extraordinarios ocasionados por estos eventos. 

 

2) El Banco Central no podrá financiar con emisión monetaria al gobierno excepto en las circunstancias extraordinarias mencionadas atrás. La única fuente de contracción o expansión monetaria para el Banco Central será por medio de variaciones en sus activos y pasivos en moneda extranjera o moneda local, bajo la restricción que los activos siempre deberán superar en por lo menos 30% a los pasivos. 

 

Estas dos reglas deberán estar acompañadas de un régimen de total libertad cambiaria. El régimen tributario y el que regula las operaciones del sistema financiero tendrán que compatibilizarse con esta libertad cambiaria y con la necesidad de hacer respetar el derecho a la privacidad, que hoy en día es violado por todos los gobiernos, pero que es absolutamente esencial para proteger las libertades individuales y empresariales.

 

Para hacer realidad esta revolución libertaria será igualmente importante priorizar de verdad el gasto público, fortalecer los diferentes estamentos de la justicia ordinaria y de las fuerzas de seguridad y defensa, y elevar la eficiencia de los esquemas de subsidios y ayudas a poblaciones vulnerables. 

 

Estos cambios serían un componente esencial de lo que constituiría un vuelco radical en los ordenamientos económicos y políticos de un país como Colombia o de cualquier otro país. Uno que en gran medida los libraría de los abusos y desafueros de las clases políticas expoliadoras que los gobiernan.