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Jorge Ospina Sardi

 

Fue anunciado como el “Debate Definitivo”. Tuvo lugar a seis días de la primera vuelta de la elección presidencial de Colombia. De un formato con reglas se pasó desde su inicio a un formato sin reglas.

 

Colombia es de los pocos países donde los debates no se someten a reglas de tiempos y contenidos. En este caso el debate fue organizado por dos respetables casas periodísticas: El Tiempo y Semana. Se trata de una falta de respeto para con espectadores y candidatos. Difícil sacarle provecho a un debate sin reglas y que denota una carencia de seriedad periodística. 

 

Al no existir reglas sobre tiempos y contenidos se favorece “al mejor pescador en río revuelto”. Se incurre en injusticias sobre el uso del tiempo y en confusiones sobre los temas acordados. Por eso en todas partes del planeta los moderadores de estos debates son estrictos en el cumplimiento de la reglas preestablecidas. 

 

Pero no en Colombia. Aquí lo que los moderadores buscan es crear un ambiente de pelea y generar noticias con los agarrones de los candidatos. Por encima de cualquier otra consideración. 

 

En el debate, especialmente Gustavo Petro y Sergio Fajardo en menor proporción, propusieron apoderarse masivamente del dinero y el trabajo ajeno para distribuirlo entre distintos grupos de la población que ellos consideran deben ser favorecidos. Entonces hablan de unas monumentales reformas tributarias que no son mas que expoliaciones a una riqueza que no les pertenece, en magnitudes que llevarían al sector privado a su quiebra.

 

Lo que ha sacado adelante a Colombia en estos últimos tiempos es el dinamismo de su sector privado. Las utilidades que estos candidatos pretenden expropiar son necesarias para financiar expansiones y renovaciones de la riqueza existente, lo que es la base de cualquier progreso. Es con esas utilidades que se amplían los horizontes productivos del país y se crea el empleo adicional que se necesita para que grupos marginados se incorporen a la economía formal.

 

Gustavo Petro dice que Colombia es igual que Venezuela. No lo es en muchos sentidos, incluido en lo que tiene que ver con las libertades económicas y políticas. Una diferencia fundamental, por ejemplo, es el dinamismo de los respectivos sectores privados. En Venezuela no hay creación de riqueza. No hay inversión en ampliaciones del stock de capital y en su mantenimiento y renovación.

 

Colombia, en cambio, disfruta de un sector privado pujante y “echado para adelante” que es actualmente el motor de una significativa recuperación post pandemia de la actividad económica y de mejoras en las condiciones de empleo. Un sector privado cuyo dinamismo estos candidatos pretenden frenar con unas apabullantes reformas tributarias. 

 

Petro sostiene que la principal diferencia de sus políticas con las de los gobiernos de Chávez y Maduro en Venezuela es que él acabaría con el petróleo y con otras actividades extractivas como el carbón, mientras que en el vecino país el modelo económico se basa en la explotación de estas actividades.

 

En Venezuela, por desgreño y ineficiencia acabaron con la producción petrolera. En la práctica su modelo no se sustenta en una disminuida y embargada producción petrolera. 

 

Allá acabaron con eso y con mucho de lo productivo con un estatismo absorbente. Sin creación de riqueza, con un gobierno omnipresente y burocrático, pasaron de ser un país relativamente avanzado en el contexto regional a uno de los mas empobrecidos. 

 

Y esa es actualmente una de las grandes diferencias entre Colombia y Venezuela. La principal inquietud que nos dejó este debate es que tenemos que resguardar como sea a nuestro sector privado de una clase política rapaz, que considera que el desarrollo depende ante todo de lo que hagan unos supuestos iluminados que se apoderan del gobierno.