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En su columna del diario El Tiempo titulada "El alevín" Salud Hernández-Mora llama al ministro de Agricultura "el niño Andrés Felipe Arias". Lo primero que despierta interés en la columna es el título porque es otro calificativo que le dispara al ministro.
 
No hay más remedio que acudir al inefable Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia Española. La primera definición de alevín, reza así: "cría de ciertos peces de agua dulce que se utiliza para repoblar ríos, lagos o estanques." No creemos que la columnista haya pensado en esta definición cuando califica al ministro de "alevín".

Afortunadamente hay otra definición que evita llegar a la conclusión que la columnista está completamente gagá. De acuerdo con la segunda definición, alevín es un "joven principiante que se inicia en una disciplina o profesión." Bueno, eso hace más sentido que la primera definición. Aunque después, en la columna, el ministro "alevín" pierde la condición de "joven principiante" y se convierte en "el niño."

Resulta que el ministro "niño" tiene más de 30 años. Sólo los abuelos o personas mayores de 70 años hablan de que tal o cual persona mayor es un "niño". Lo dicen medio despectivamente, como insinuando que a esa persona le falta madurar en comparación con ellos que si tienen experiencia. Es una especie de mecanismo de defensa de los viejos y que lleva implícito el error de creer que la experiencia garantiza o trae consigo sabiduría, conocimiento y buen juicio. Desafortunadamente, en la mayoría de los casos, es al revés. Sería bueno que en una próxima columna, Salud Henández-Mora nos contara cuál es su edad, para por lo menos saber si trata de una viejita que se ha ganado el derecho, por sus muchos años, a calificar de niños a quienes habitan el tercer piso.

Podría ser también que Salud Hernández-Mora no sea tan vieja. Y que se confundió. Tal vez lo que quiso decir es que unas declaraciones del ministro le parecieron "infantiles". En este caso confundió el argumento con la persona. En realidad todos los que no somos niños decimos cosas "infantiles". No lo podemos evitar. De hecho, cuando envejecemos, salen a la superficie toda clase de "infantilismos", como ese de descalificar a un persona mayor diciéndole "niño" simplemente porque no se está de acuerdo con sus argumentos.