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La creencia de que el optimismo vence a la crisis, no solamente no aplica en una recesión como la actual sino que puede conducir a graves errores.
 
Hace unos días el diario El Tiempo celebró en un editorial las cifras de producción industrial de marzo de 2009. Ese editorial desorientó a sus lectores. La mayoría de los analistas ya habían señalado que el dato de marzo no era comparable con el mismo mes del año anterior porque la semana santa en 2009 fue en abril y no en marzo, lo que distorsionaba la comparación por el número de días laborales. Así también, al comparar los meses de abril los resultados estarían distorsionados, pero por el lado negativo. En fin, lo cierto fue que en marzo la producción industrial en lugar de caer aumentó 0,1%, mientras que en abril en lugar de sostenerse disminuyó 15%. La verdad está alrededor del promedio de ambos meses.

Pero el punto es para ilustrar como no hace sentido ser optimista sin fundamentos y tratar de infundir ese optimismo bobalicón a través de los medios. Así también, la revista Semana sacó un especial, bastante insulso por cierto como suelen ser estos especiales, con el mensaje, más o menos, de que al mal tiempo buena cara y de que no hay que achicopalarse por la malas noticias. La revista subestima a sus lectores con este tipo de especiales.

En realidad, ante el mal tiempo, la cara es lo de menos. Lo importante es tomar las medidas para protegerse de la tormenta. Y esas medidas pueden ser duras, difíciles y con un impacto negativo sobre la economía. Pero hay que tomarlas. No hacerlo implica problemas más serios hacia delante. No hacerlo es engañarse. De hecho, el ser humano está por siempre propenso a equivocaciones graves con respecto a sus negocios, entre otras razones, por la dificultad (o imposibilidad?) de predecir el futuro y por las emociones e irracionalidades que acompañan todo proceso de toma de decisiones. ¿Con qué objeto, entonces, los medios hacen fiesta con unos comentarios que no son más que pensamientos alegres surgidos del deseo de que la situación no fuera como lo es?

No hay bases para concluir que la economía colombiana, así como las del resto del vecindario, han tocado fondo. Es verdad que hay signos que sugieren que Colombia puede aguantar la tormenta mejor que, por ejemplo, la de 1998-2002. Pero eso no quiere decir que la tormenta haya pasado. Preocupa que la actual crisis económica provenga de un choque externo de gran envergadura y que no se sepa si ese choque se extenderá por poco tiempo o por varios años. Para ponerlo de manera simple, sólo en 2009 Colombia dejará de percibir el equivalente a casi 6% de su PIB en ingresos externos en relación con 2008. Y esto es a lo largo del año, no por unos meses. Y si nos preguntáramos si esta experiencia negativa se repetirá en 2010, la respuesta más razonable sería la de que es posible, aunque no con una contracción del tamaño de la de 2009. Pero, ¿y si esta predicción peca de optimista?

De manera que lo importante es resaltar que los paradigmas que aplicaba a la situación expansiva que se dio entre 2005 y el primer semestre de 2008, ya no aplican. En la nueva situación, lo que aplica es cautela máxima, evitar endeudarse en lo posible, restringir gastos y buscar sistemas de aumentar la eficiencia y productividad. No se trata de salvar unos pocos empleos, sino de salvar a las empresas, y a la mayor parte de su nómina, de una eventual quiebra. En una época así, la liquidez es la reina indiscutible. A esa reina hay que defenderla a capa y espada y no comprometerla en aventuras cuyo riesgo es mayor debido al complicado entorno actual.

Las estrategias comerciales, por ejemplo, deberían ser distintas en situaciones expansivas que en las recesivas. No hay que quemar cartuchos en capturar segmentos de un mercado en crecimiento, sino en capturar una mayor tajada de un mercado estancado. Esto último implica desplazar a la competencia con mejores productos y precios. La empresas que puedan darse este lujo tienen, no solamente la supervivencia asegurada en la crisis, sino que saldrán fortalecidas de ella.

En otras palabras, una crisis como la actual desafía la imaginación. Lleva a nuevas maneras de hacer los negocios. Estimula innovaciones dirigidas a reducir costos. Presiona la creatividad porque, al final de cuentas, una cosa es crecer cuando todos crecen y otra es hacerlo cuando nadie crece. Sin embargo, el tema hay que aproximarlo con un gran realismo, porque los errores en épocas difíciles valen el doble o el triple. Desafortunadamente no son estos los paradigma que actualmente transmiten algunos medios de comunicación importantes de Colombia, tal vez contagiados por la angustia que les produce la disminución de sus ingresos por concepto de publicidad y suscripciones.