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La situación de Grecia refleja el problema de extender una moneda única a países indisciplinados y bastante mas improductivos que el resto.
 
Causa asombro la desfachatez con la cual el gobierno griego le exige al resto de la eurozona que le financien un programa económico completamente insostenible. Aumentos de mas del 20% en euros en el salario mínimo, adición de una mesada en las pensiones, incremento de la inflada burocracia pública, condonación de una parte significativa de la deuda, freno a las privatizaciones, y así ad infinitum.

Todo ese tren de la felicidad con el que ganó las elecciones el gobierno izquierdista radical de Alexis Tsipras sería financiado, no con el sudor del trabajo griego, sino con el sudor del trabajo de otros países europeos.  

Grecia es un país de apenas 11 millones de habitantes que desde que ingresó a la Comunidad Europea (CE) hizo el milagro de elevar sus niveles de vida sin el correspondiente esfuerzo productivo. Su economía representa menos del 2% de la economía de la eurozona. Cuantiosos subsidios de los países ricos de la CE y un aumento totalmente irresponsable de su endeudamiento externo respaldado por la adopción del euro, fueron pilares de ese “milagro” económico.

Cuando el modelo hizo agua, Grecia se vio obligada a recoger la pita con un programa de austeridad en el gasto público y privado. Después de seis años de ensayar la vía de la austeridad, su economía había empezado a recobrar una cierta normalidad. Pero el electorado griego, en su mayoría, resolvió que hasta ahí debía llegar la austeridad. Hasta ahí pagar la deuda con el sudor de la frente.

Qué fácil que es la vida en el Mediterráneo. Quién dijo que ahí se trabaja duro. Ahí la gente tiene el “derecho” de pasarla bien sin trabajar mayormente. Que los demás paguen por hacer realidad ese “derecho” griego es, por lo visto, premisa plasmada en el firmamento.

El gobierno griego le ha dicho a sus socios europeos que la voluntad y soberanía del electorado griego es sagrada y que a ella se tienen que plegar todos sin excepción. ¿Y la voluntad y soberanía de los electores del resto de los países de la eurozona? Eso importa un rábano. La voluntad y soberanía de 11 millones de griegos vale mas que la voluntad y soberanía de los 330 millones de habitantes de los demás países de la eurozona.

Así pagan los griegos a quien bien les sirve. Los problemas de los griegos no son de los griegos sino de quienes los subsidiaron y de quienes les permitieron tan elevado nivel de vida durante los gozosos.

Sin hacer mayor esfuerzo, incluso tratando mal a los turistas que proveen una de sus principales fuentes de ingreso, registran actualmente dizque un ingreso per cápita de US$27.000. Llegaron a tenerlo en US$32.000 antes de la crisis de 2008. No llegaban a US$14.000 en 1999. Y en estos últimos 14 años, poco en materia de expansión productiva real.

Todo lo anterior pone de presente las limitaciones de una prosperidad al debe y basada en subsidios. Lo peor es que la gente se acostumbra a unos niveles de vida no concordantes con su aporte productivo, y considera que sobre ellos posee un inalienable derecho. Existe esa vieja tesis emanada del sindicalismo según la cual “los derechos adquiridos son irreversibles”. El problema es que los derechos adquiridos a costa del esfuerzo ajeno no pueden tener garantía de continuidad. La cuerda termina por romperse por algún lado y cuando se rompe no hay remiendo que valga.