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Sería un trabajo digno de una tesis de doctorado describir los vericuetos de la actual telaraña institucional de sistemas de cooperación regional.
 
La UNASUR es la nueva adición a los varios y diversos acuerdos que han dado lugar a más de una centena de organizaciones grandes y pequeñas que se entrecruzan y entreponen en América Latina, entre sus países y entre estos y el resto de la Humanidad. Para empezar, está la OEA, supuestamente la rectora de los asuntos del Hemisferio, y que incluye, además de todos los países de América Latina, a los países de la islas del Caribe, a Canadá y por supuesto, a Estados Unidos.  

Luego están los acuerdos regionales comerciales y de cooperación. Por ejemplo, Venezuela se salió de la Comunidad Andina de Naciones (CAN), al tiempo que solicitaba su ingreso a MERCOSUR. Por razones que no dejan de sorprender, MERCOSUR no ha aceptado a Venezuela en su seno. Al quedarse sin la CAN y sin un ingreso en MERCOSUR, la posición de Venezuela se volvió un tanto desesperada. Venezuela tuvo que crear el ALBA con sus dependientes Nicaragua, Bolivia y Ecuador (el más independiente de los dependientes)… y con la Honduras que representa Manuel Zelaya y que nadie sabe lo que representa.

Para hacer un cuento increíblemente largo corto, los países de Centroamérica también tienen entre sí, y con México, Canadá y Estados Unidos tratados y convenios de todo tipo, para no hablar del NAFTA, y por supuesto tampoco mencionar el ALCA (¿todavía existe?), ni referirse al componente regional de la ONU, o a las entidades financieras multilaterales (FMI, BIRF, BID), o a las finacieras regionales (CAF, FLAR, BCIE), o a otros fondos y fonditos de todo tipo, o al ATPDEA, o a los acuerdo bilaterales, comisiones de manejo de fronteras, reuniones para temas en disputa y sin solución aparente (a menos que se acuda a últimas instancias como la Corte Internacional de La Haya).

Se quedan en el tintero otra infinidad de siglas, incluidas las relacionadas con sistemas y acuerdos de cooperación entre este Hemisferio y sus organizaciones equivalentes en los Hemisferios de Europa, Asia y África. Y resulta que no obstante esta abrumadora realidad de relaciones e interrelaciones, de organizaciones, acuerdos y convenios, nació una nueva sigla. Una sigla que invoca sentimientos patrioteros: UNASUR.

La Unión de Naciones del Sur (UNASUR) irrumpió como una nueva sigla, sin que hasta ahora se sepa muy bien quién la controlará y qué mecanismos de presión tendrá para hacer efectivos sus pronunciamientos. Todavía no se sabe cómo encajará dentro de la maraña de otras siglas que ya ocupan un enorme espacio en los sistemas decisorios de la cooperación regional y multi regional.

Pero sin saberse muy bien qué es la UNASUR, los profanos han conocido que adscrito a ella se encuentra otra sigla, el Consejo Sudamericano de Defensa (CSD).

La CSD es una sigla interesante porque se trata de la conformación de una especie de OTAN entre los países de Suramérica. O sea de los países que van desde Colombia hasta el extremo SUR, la Patagonia. Pero la CSD nació con un conflicto que surge de su grandioso objetivo primordial, que no es otro que convertir a Suramérica (Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Chile, Ecuador, Guayana, Paraguay, Perú, Suriname, Uruguay y Venezuela) en la contraparte regional militar de Estados Unidos.

Ese objetivo no concuerda con los intereses actuales de Colombia. Para Colombia, no es claro que haya la suficiente unión en esta parte del planeta como para hacer prescindible la cooperación militar de Estados Unidos. ¿Qué garantía tiene Colombia de que Venezuela y Ecuador le prestarían una eficiente y honesta cooperación en temas militares y entre sistemas de justicia como aquella que ya existe con Estados Unidos? ¿Cuál es el árbitro, o donde están los mecanismos de arbitraje que resuelvan disputas? ¿Cuál sería el apoyo económico y logístico y quién lo proporcionaría cuando lo requiera un país en temas como la lucha contra el narcotráfico? Las respuesta es que los países de UNASUR están realmente muy lejos de poder asumir el ambicioso rol que sus creadores le trazaron.

Y en este último aspecto se toca un tema subyacente y recurrente en toda organización diplomática multilateral, y en especial aquellas que involucran a un número grande de naciones que colindan entre sí. Afloran permanentemente conflictos reales o inventados entre los diferentes países miembros. Es el caso actual de Venezuela y Ecuador contra Colombia (en esos dos países se afirma que es de Colombia contra ellos). Pero así también los ahí entre otros países de Suramérica.

De manera que en el caso específico de Colombia, la ventaja que ofrece Estados Unidos es grande. Posee la mejor tecnología y se trata de un solo país. De un solo gobierno. No hay que tratar con una multitud de países y de pequeños intereses.  Ni tener que involucrarse en una serie de conflictos que no atañen; ya se tienen los suficientes como para tener que cargar a cuestas con otros que son ajenos.

Colombia tiene una larga trayectoria de violencia política. En realidad, esa perniciosa violencia ha estado presente en por lo menos tres cuartas partes de su historia de 200 años como nación soberana. Sólo recientemente, en los últimos años, ha logrado una relativa paz y niveles razonables de seguridad ciudadana. Ha sido un logro heroico si se tiene en cuenta que esa relativa paz ha estado constantemente amenazada por la agresión de poderosas mafias de narcotráfico, así como por la actuación de curtidas y afiladas bandas armadas que emplean métodos terroristas de la peor calaña en la búsqueda de fines políticos y que son financiadas por el negocio del narcotráfico.

Para los colombianos, vivir con una relativa seguridad es un fuerte anhelo. Todavía lo es. Pero después de tantas idas y venidas con el tema de la paz, están convencidos que se requiere de una fuerza pública más profesional, más efectiva y más respetuosa de los derechos humanos. En estos tres aspectos, la colaboración de Estados Unidos es actualmente insustituible.

Los burdos y salvajes chantajes comerciales como los que le han aplicado últimamente Venezuela y Ecuador a Colombia (salvajes, por su impacto sobre el empleo en ambos lados de la frontera), no socavarán la relación entre Colombia y Estados Unidos, una que viene de mucho tiempo y que ha sido muy estrecha. Nadie ni nada podrá obligar a una Colombia libre e independiente a darle la espalda a Estados Unidos y a forjar una alianza militar nada menos que con los gobiernos de Hugo Chávez y Rafael Correa (y con sus mentores los hermanos Raúl y Fidel Castro) para combatir el narcotráfico y a grupos terroristas como las FARC.