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En la granja que lleva ese pomposo nombre, se acabó la tolerancia con los animales que no piensen y rebuznen como burros.
 
El burro es un animal con cualidades. Su fuerza bruta y su constancia lo hacen un excelente animal de carga. Es bueno para seguir órdenes y repetir la misma faena todos los días. Pero no sirve para mucho más. Su inteligencia es corta y su mal genio inspira temor. Cree que su mundo lo es todo. No aprecia otros tipos de inteligencia. Es indiferente a los diversos matices de la realidad mundana. En otras palabras, es un burro.

En la República Burrovariana de Venezuela los burros son ahora los amos. Lo primero que hicieron fue convencer a los demás animales de la granja que no se necesitaba de dueños y administradores. Les pintaron en color rosa la situación que se vive en la República de Burra, en la cual, según ellos, los animales llevan 50 años de vida feliz en manos de los burros.

El discurso inicial de los burros de Venezuela fue simple. El petróleo que brota de la tierra alcanza para todos los animales, si se repartiera la porción que se apropian indebidamente dueños y administradores. Lo único que hay que hacer es repartir en su totalidad la riqueza petrolera. No hay que esforzarse en nada más. El resto de las actividades son apenas una entretención. La República Burrovariana de Venezuela se convertiría así en un gran parque de diversiones, abundante en alegrías y rumbas. Ese invento de los dueños y administradores, el sudor de la frente, sería por siempre erradicado.

Sin embargo, los burros no quedaron satisfechos. Había que asegurar el poder a perpetuidad, tal como sus pares en la República de Burra. Ese paso era el más difícil porque implicaba que todos los animales de la granja pensaran como burros.

Para tales efectos, resolvieron controlar los medios de comunicación y los centros de educación. Había que meterle en la cabeza al resto de los animales de la granja que el prototipo de animal ideal era el burro. Todos, sin excepción, debían alcanzar el prototipo. Todos debían pensar como burros, rebuznar como burros y tirar patadas como burros. Se les perdonaba que no se parecieran físicamente a los burros, pero no se les perdonaba que no pensaran como burros, rebuznaran como burros y tiraran patadas como burros.

Después de algún rato, los animales de la República Burrovariana de Venezuela, sin excepción, empezaron a sentirse burros. Se había logrado el objetivo trazado, el de la unidad de pensamiento y de acción. Se acabaron las odiosas distinciones y diferencias. Por fin todos iguales en la misma burrada.

Pero, no todos los animales quedaron conformes. Algunos sindicalizados empezaron a reclamarle a sus amos los burros la igualdad prometida. Después de todo, los burros ahora vivían, no como burros, sino con más lujos y comodidades que los dueños y administradores de antes. Y el resto de los animales, ¡como los burros de antes!

La respuesta de los amos fue tajante y no se hizo esperar: “Todos los animales son ahora burros, pero los hay unos que son más burros que otros”.