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Contra viento y marea la oposición venezolana logró una sorprendente victoria en las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre de 2015. ¿Qué fue lo que pasó?
 
En la anterior elección parlamentaria de 2010, cuando Hugo Chávez  y su partido estaban en la cumbre de la popularidad con el precio internacional del petróleo por las nubes, el oficialismo obtuvo para la Asamblea Nacional 98 diputados frente a 67 de la oposición. En ese entonces se consideró que había sido una hazaña de la oposición evitar que el oficialismo alcanzara las dos terceras partes de la representación parlamentaria y que pudiera hacer y deshacer con la Constitución.

Hay que aclarar que en 2010 la oposición logró sumar mas votos que el oficialismo (5.9 millones frente a 5.5 millones). Pero con el ventajismo que siempre ha distinguido al chavismo, el Consejo Nacional Electoral rediseñó los distritos electorales para darle una representación desproporcionada en número de diputados a zonas poco pobladas donde su predominio era en ese entonces completo.

Pues bien, ahora la oposición logró obtener 112 diputados, alcanzando la cifra mágica de las dos terceras partes, lo que le da poderes para legislar como si se tratara de una especie de constituyente.  

El número de votos fue en esta ocasión el 75% del total de inscritos frente a 67% de participación en 2010. Esta vez votaron por la oposición 8.5 millones de electores y por el chavismo 6.1 millones.

Fue indudable que la desastrosa situación económica y social de Venezuela (hiperinflación, contracción económica, súper escasez de productos básicos e inoperancia de los servicios públicos), llevó a una participación electoral sin precedentes para este tipo de elecciones. Eso hizo la diferencia.

De hecho, el chavismo llevó a las mesas un número superior de votantes que en 2010. Hasta cierto punto, funcionó como se esperaba la maquinaria oficialista y su ventajismo (uso y abuso de los dineros públicos, coacción a los empleados públicos, dudas sobre el secreto del voto, y otros). En condiciones normales de participación, los 6.1 millones que obtuvo el chavismo hubieran sido suficientes para garantizar una mayoría simple de diputados en la Asamblea.

Pocos esperaban que la oposición recogiera cerca de 2.6 millones de votos adicionales a los que logró en 2010. Es indudable que la franja de los llamados “ninis” (ni chavistas ni opositores), o franja de indiferentes, votó masivamente en contra del desatinado y atrabiliario gobierno de Nicolás Maduro.

Ante este inmenso caudal adicional de votos sucumbió la posibilidad de fraude a la hora nona del día de las elecciones que el chavismo se había propuesto como Plan B.

La discusión sobre si se trató de un voto castigo al gobierno o un voto a favor de la oposición es ridícula. Toda votación contraria a un gobierno es un voto castigo. Toda votación a favor de la oposición es una votación a favor de la oposición. Para que se materialice un voto castigo como el que hubo en Venezuela se requiere que haya una oposición pila y capaz de recoger los frutos del descontento.

No se le puede desconocer los méritos a una oposición que le ha tocado luchar cuesta arriba durante por lo menos los últimos diez años de reinado chavista. En muy pocos otros países del planeta, incluidos los de América Latina, una oposición ha tenido que enfrentar condiciones tan duras y adversas como en Venezuela.

De manera que han sido muy ligeros y supremamente injustos los comentarios periodísticos extranjeros que han subvalorado y hasta ridiculizado los heroicos esfuerzos de los líderes opositores venezolanos para sobreponerse a los abrumadores abusos de poder del régimen chavista y para devolverle a su país un sistema democrático de gobierno