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Lo poco que queda claro de la confusa situación de Honduras es que José Manuel Zelaya se enredó a cinco meses de las elecciones presidenciales.
 
Tanto el Congreso de su país como la Corte Suprema se opusieron a lo que se interpretó en un momento dado como un intento de Zelaya para auto perpetuarse en el poder. Era ya sabido que a sus partidarios no les iba a ir muy bien en las elecciones presidenciales de noviembre. Para rematar, a medida que se acercaban esas elecciones, Zelaya imitaba cada vez más el estilo y la retórica del Presidente de Venezuela Hugo Chávez. Hasta de acento había cambiado en sus presentaciones públicas.

Apenas fue depuesto por el Congreso de su país, casi todos los países sin excepción, incluida la Casa Blanca, condenaron lo que tildaron “un golpe militar”. Pero realmente no fue un golpe militar. Es decir, no lo hicieron los militares para tomarse e instalarse en el poder. Lo que da la impresión es que se hizo para garantizar que las elecciones de noviembre se realizaran sin las triquiñuelas de Zelaya.
 
No queda la menor duda que los altos burócratas de muchos países se anticiparon en sus pronunciamientos: tan ansiosos estaban en hacerse notar que no fueron capaces de esperar ni siquiera unas horas para conocer mejor sobre qué estaba sucediendo, y por qué estaba sucediendo. Por otro lado, la salida no podrá ser otra que una elecciones limpias, en las que el pueblo de Honduras decida sobre su futuro. Sólo un nuevo Presidente, con un mandato mayoritario, tendría el apoyo suficiente para cambiar la Constitución. Hacerlo, como lo intentó Zelaya, sin mayor apoyo popular, a pocos meses de las elecciones para elegir su sucesor, y en contravía de los demás poderes del Estado, es jugar con candela, por decir lo menos.